Thursday 7 October 2010

Los bancos, las sillas y otras peculiaridades del mundo


Bancos silenciosos que meditan en medio de un jardín; bancos que contemplan el Támesis; bancos que esperan en las plazas las horas pico, las  horas de la abundancia; bancos de iglesia, envejecidos por tanto silencio, exasperados por la soledad, ansiosos por Domingos ajetreados; bancos de escuela, agobiados pero cargados de historia, tallados en sus superficies por toda clase de objetos, desde navajitas de boyscout a ganchitos de pelo, desde monedas a tijeras. Bancos que contienen testimonios de amor, bancos que llevan nombres de otros, de los que ya no viven. Bancos que en sí son poesía, porque presencian callados todos los amaneceres y atardeceres del mundo; y que democráticos abrazan a cualquiera que los necesite, sin hacer distinción.


Y el discreto encanto de las sillas? Sillas que sirven de mesa, de mesita de noche, de escritorio, de coffee-table, de silla en sí, claro, para sentarse en ellas; sillas que decoran; sillas que miran desde el balcón, disfrutando el atardecer; sillas que esperan, siempre, la llegada de alguien...
Sillas en los porches de las casas de pueblo, siempre testimonios de la vida toda; sillas pobres y sillas ricas; sillas rotas abandonadas, traicionadas, reemplazadas...


Y también las cosas que nos miran, desde cualquier lugar escondido o visible, nos miran. Una vez que se ha descubierto esa mirada, bien sea sombría o sonriente, no puede nunca más volver a mirarse el objeto inanimado sin ver también ese rostro.
La más grande de las alegrías es saber que no estamos solos en esta percepción, es saber que hay cientos como nosotros, que ven esas mismas miradas desperdigadas por las calles de la ciudad.