Thursday 11 November 2010

Mutare



 Como era de esperarse, me enfermé. Y no sólo por el cambio de estación, aunque quedó en perfecta coincidencia como para atribuirle al Otoño toda la culpa.
Las mudanzas, las anunciadas y las repentinas, siempre ocasionan en nuestro cuerpo  un sismo.
El cuerpo con todo ese perolero de precisión que lleva dentro, está conectadísimo con nuestra mente. Ese cableado interno que tenemos rojo y azul no debe ser gratuito, claro que no, y va directo a la pensadora.
El cuerpo también quiere mudar. Es como si nos dijera regañándonos: -a mí también me vas a renovar, vas a ver cómo me voy a limpiar todito, con anticuerpos nuevos y todo voy a salir, lo quieras tú o no-.
Nunca sabré si es que las gripes desde este lado del mundo son así siempre, kafkianas,  turbulentas, perturbadoras o es la edad la que ha debilitado a los anticuerpos. De mis años tropicales no recuerdo nunca una gripe que me durara más de tres días. En el peor de los casos daba una fiebrecita y uno tomaba Atamel tres o cuatro veces y listo.  Eso de gastar 4 rollos de papel toilet en mocos y quedarse en cama momificada era impensable.
Supongo que es esa la manera que el cuerpo tiene de llorar y de llamar la atención; de recordarnos que es una máquina perfecta, sí, y resistentísima, pero que necesita cuidados, mantenimiento, observación; y que es parte del todo; todo lo que sucede en nuestra cabeza, en nuestra casa, en nuestra vida, sucede también en nuestro cuerpo.
Como consecuencia del apocalipsis nasal que estoy viviendo entre otros malestares, he perdido el sentido del gusto. No me había ocurrido en años, y había olvidado lo terrible que era. Es realmente casi como perderle el gusto a la vida. Pensar que será igual llevarme a la boca un pedazo de pan, o una hoja de lechuga o una esponja, y que untar la preciosa confitura de fresas será un desperdicio, me han dejado el alma y la cocina tristísimas.
Cuántas cosas nos hacen afortunados y no lo sabemos.
El gusto es una de ellas.
Ahora espero que vuelva como un amante.
Prometo beber el jugo de manzana lentamente, detenerme en su dulzura, deglutir agradecida.
Demasiadas cosas damos por hecho en nuestra vida. Hay que estar alerta siempre, para realmente vivir en el instante.



(En la foto El Sueño de Frida, también conocido como La Cama, de 1940)