Wednesday 8 December 2010

Alfies Antique Market

Ocurre con las ciudades como con los sueños:
todo lo imaginable puede ser soñado 
pero hasta el sueño más inesperado
es un acertijo que esconde un deseo, 
o bien su inversa, un miedo. 
Las ciudades, como los sueños, están construidas 
de deseos y de miedos, 
aunque el hilo de su discurso sea secreto, 
sus reglas absurdas, sus perspectivas engañosas, 
y toda cosa esconda otra.

Italo Calvino


Hace unos años cuando todavía vivía en Caracas, recuerdo el momento en que la ciudad comenzó a hacerse terriblemente pequeña, predecible, asfixiante y aburrida. No fue una sensación que surgió de la noche a la mañana, no. Fue un virulento in-crescendo, hasta ese día en que fue como verla desde arriba, como la cabeza de un alfiler, y entonces sentencié: -Quiero vivir en una ciudad que nunca se me acabe, que nunca se me descubra enteramente, que sea tan grande y laberíntica que siempre tenga yo un lugar nuevo por explorar. Quiero vivir en una ciudad despierta que siempre cambie y se reinvente, y donde yo pueda perderme y no me aburran sus calles-.
Tal fue el poder de mi sentencia que vine a parar a Londres,  más pequeña que Caracas tal vez pero con 7 millones de mentes y de corazones latiendo.
Perderme fue fácil y lo sigue siendo. Descubrirla entera es imposible, como lo es aburrirme de ella.
Tal vez por eso es tan fácil amarla como detestarla. Como en las historias de amor. Quisieras poseerla, pero también sabes que es mejor así, es mejor no poder abrazarla nunca entera. Es mejor que guarde sus misterios, y que sea hostil a veces, indescifrable, hormonal y difícil.
Así pues sucede en ciudades como ésta que un día, en una zona en la que has estado cien veces, un amigo te lleva al final de una calle poco glamorosa (que hospeda un mercadillo de poca monta, de esos donde encuentras carteras de semi-cuero Louis Tritón y productos electrónicos Sonyo) para revelarte la existencia de un edificio de fachada art-deco, en cuyas entrañas late el más grande mercado de antiguedades y objetos retro-vintage de todo tipo.
Un laberinto de muebles, joyas, pinturas, vajillas, objetos y ropa, de cuatro pisos, que es imposible explorar exhaustivamente en una sola visita.
Los personajes que habitan los pasillos no son menos sorprendentes. Es obvio que van acorde al resto, el modo en que se peinan, visten, la manera que tienen de pasar las horas allí dentro cuando no están negociando para vender algo... es un salto hacia el pasado o hacia un sin-tiempo muy peculiar.
El edificio que antes era una tienda por departamentos en decadencia, comenzó a ser lo que es hoy en día en 1976, gracias a un hombre llamado Bennie Gray, su propietario. El padre de éste se llamaba Alfies, un músico de jazz que de antiguedades nunca supo nada, pero en cuyo honor Bennie decidió nombrar el edificio: Alfies Antique Market.
Sueño con volver con un casco puesto en la cabeza con una cámara oculta incorporada, que pueda girar 360º y que filme o registre silenciosamente la vida que transcurre allí dentro, con sus personajes que seguramente comen y usan los servicios como cualquier persona normal, pero que de noche al cerrar los ojos viven en la próxima peli de Terry Gylliam.